Este texto que escribí es parte de una serie de artículos que IFEX la red global de lucha por la libertad de expresión publicó con motivo de celebrarse el Día del Acceso a la Información Pública. Fue originalmente publicado en su sitio web el 26 de septiembre de 2019. 

A esta altura es sabido que la creación y distribución de noticias falsas que produce desinformación no es algo nuevo. No es exclusiva de la era digital la creación de propaganda mediante producción de información fraudulenta en favor de un gobierno o movimiento político. Sin embargo es claro que Internet y la conectividad entre millones de personas de todo el mundo, a través de diferentes canales y plataformas, permiten una amplificación de estos contenidos en un tiempo y una forma sin precedentes. Como señalan las investigadoras Julie Posetti y Alice Matthews en su documento “Una breve guía de la historia de las ‘noticias falsas’ y la desinformación”; “la desinformación y propaganda han sido características de la comunicación humana desde al menos los tiempos romanos, cuando Marco Antonio conoció a Cleopatra” y describen una serie de falsedades de repercusión mundial, que a lo largo de la historia fueron creadas exclusivamente para generar desinformación en las poblaciones.

La diferencia hoy es que el fácil acceso a plataformas digitales de distribución, con grandes audiencias ávidas de nuevos contenidos; sumada a la sofisticación constante de ciertos métodos de creación de información y a la falta de educación digital; complejizan el proceso, no sólo de detección sino de neutralización.

Según datos aportados por el estudio, “La difusión de las noticias online verdaderas y falsas” del MIT Initiative on the Digital Economy, en Twitter las noticias falsas sobre política se comparten más, alcanzan a más de 20.000 personas. Casi tres veces más rápido de lo que tarda el resto de noticias falsas en llegar a 10.000 individuos. Las noticias ciertas tardan seis veces más tiempo en alcanzar a 1.500 personas. Mientras que las historias de noticias falsas tienen un 70% más de probabilidades de ser retuiteadas que las historias reales.

Y un dato por demás desalentador es que los responsables de esta diseminación son personas y no bots.

En los últimos años, resultaron de gran impacto público los sucesos políticos donde las noticias fraudulentas propagadas profusamente a través de redes sociales y plataformas digitales fueron protagonistas. Los resultados del Brexit en el Reino Unido, las elecciones presidenciales de los Estados Unidos que dieron como ganador al actual presidente Donald Trump -y el posterior escándalo Cambridge Analytica-, el resultado negativo del plebiscito por el acuerdo de Paz de Colombia y las recientes elecciones en Brasil con el triunfo de Jair Bolsonaro, son sólo algunos de los procesos políticos que han dejado preocupación respecto de la influencia de las noticias falsas en la sociedad y su desarrollo democrático.

Lo cierto es que estas acciones -algunas planificadas por grupos expertos en provocar desinformación y otras generadas de forma espontánea a partir del compartido indiscriminado de contenido de dudosa reputación-  han tomado por sorpresa a toda la sociedad, incluyendo a los Gobiernos, los medios y periodistas, investigadores y académicos, pero dejan al descubierto enormes contradicciones acerca de su real impacto.

Según un informe publicado en 2018 por la Comisión Europea se advierte que estos sucesos de desinfomación han tenido impacto en transformaciones sociales y políticas a nivel mundial. Sin embargo, un grupo de reconocidas organizaciones civiles latinoamericanas expertas en derechos digitales, entre las cuales se encuentran Asociación por los Derechos Civiles (Argentina), Fundación Karisma (Colombia) y Red en Defensa de los Derechos Digitales (México), todas miembros de IFEX, señala en su estudio reciente, Desinformación en Internet en contextos electorales de América Latina y el Caribe, que pese a la gran cantidad de casos, aún “no hay evidencia concluyente de que las campañas de desinformación influyen en los resultados de elecciones”. Lo cierto es que en países de gran polarización política, pareciera que los ciudadanos, ya tienen posturas tomadas y las noticias falsas solo acentúan y apoyan estas posiciones.

Así la ciudadanía, expuesta a un profundo océano de contenidos, intenta informarse resultando muy difícil dilucidar qué noticia es de calidad, su origen, naturaleza y cuál es veracidad de esas informaciones.

Es posible que los hechos anteriores ocurridos en otras regiones hayan permitido que los países, cuyos procesos políticos se están sucediendo este año en América Latina, puedan desarrollar mejor sus defensas y puedan anticiparse a conflictos mayores. Como se notará en este informe, no solo las plataformas han tomado nota de las críticas, sino los medios y la sociedad civil se han organizado para que en un año de importantes procesos electorales, accionen diferentes iniciativas para hacer frente a la desinformación en un escenario en el que cada uno de los actores mencionados es parte fundamental en esta tarea.

En este sentido, la búsqueda de soluciones a un problema que se presenta complejo y que afecta a la sociedad en general, también debería pensarse desde múltiples dimensiones. En este contexto, es claro que no existe una única receta para afrontar este fenómeno. Cada país, su cultura, los hábitos de consumo de contenidos informativos y los niveles de penetración de las tecnologías, son diferentes y tanto el modo en que se desarrolla la proliferación de noticias falsas, como sus posibles soluciones, deben atenderse con sus particularidades.

Alianzas globales y locales para verificar información falsa

En este contexto, y a partir de los acontecimientos registrados en otros países del mundo durante los procesos electorales, en los últimos años se han lanzado diferentes acciones para contrarrestar los efectos de la circulación de noticias fraudulentas. Se crearon alianzas de medios, organizaciones y plataformas tecnológicas con presencia en América Latina con el objetivo de visibilizar y chequear información falsa, errónea o dudosa, distribuida no sólo en redes sociales, sino también publicadas en medios de comunicación. Así nacieron experiencias en las que participaron miembros de IFEX como, Verificado (Cencos y Artículo 19 de México), Comprova (Abraji de Brasil), Colombia Check y Ecuador Chequea (Fundamedios) y actualmente Reverso (Argentina) y Verificado (Cainfo de Uruguay) que están trabajando durante las campañas para las elecciones presidenciales que se desarrollarán entre los meses de octubre y noviembre en ambos países.

Dos casos que despiertan especial interés son los de Costa Rica y Colombia, donde hay iniciativas que parten del propio Estado. En el país centroamericano, además de los proyectos DobleCheck y No Caiga desarrollados por medios y universidades, llamativamente el Gobierno tiene su propia plataforma de verificación de información denominada Gobierno Aclara. Eso sí, señalan que no verifican a medios, periodistas o actores de reconocida trayectoria, sino los contenidos anónimos que circulan en las redes.

En Colombia la estrategia #VerdadElecciones2019 organizada por la Registraduría Electoral y en alianza con medios, universidades y partidos políticos comprometidos en aclarar cuando circule información falsa, combina el uso de tecnología para detectar y monitorear el contenido, con el trabajo de verificación realizado por medios especializados. A esta propuesta también se sumaron las principales empresas tecnológicas (Google, Facebook y Twitter) con el objetivo de mitigar la difusión de la información falsa.

Básicamente estas experiencias permiten aclarar a las audiencias hechos falsos que circulan de forma viral en diferentes canales de Internet con información que pueda afectar el proceso democrático de ser informado, y que como consecuencia, impacte en la ciudadanía en la toma de decisiones durante el proceso electoral.

Es claro que estas alianzas que trabajan en la verificación del discurso público han sido las alternativas más notables y prolíficas en América Latina en torno a la lucha contra la desinformación.

En Argentina, este año también se anunció la acción integral 100 por cierto creada por el miembro de IFEX, Foro de Periodismo Argentino (FOPEA), Chequeado y la Fundación Thompson en la que trabajarán durante 30 meses con el objetivo de investigar cuál es la situación del fenómeno de la desinformación en este país. Cuál es su impacto en el periodismo profesional, en la forma de informarse de las audiencias y cómo las noticias falsas inciden en la toma de decisiones de la ciudadanía. El proyecto además trabajará en la búsqueda de soluciones interdisciplinarias y progresivas.

A nivel global experiencias como First Draft, que surgió en 2015 como un proyecto enfocado en investigar y educar sobre el fenómeno de la desinformación y cómo neutralizarlo, además de realizar chequeo de información con aliados de diferentes países y tipos de organizaciones. Nació como una alianza de empresas de tecnologías, universidades, medios y periodistas que buscan, especialmente detectar información falsa a través del método de verificación CrossCheck. Años anteriores trabajaron investigando y acompañando los procesos eleccionarios de Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Alemania, Brasil y Nigeria, mientras que en 2019 también estarán prestando apoyo a periodistas y organizaciones durante los procesos electorales de Uruguay y Argentina.

The Trust Project (TTP) es otra de las acciones globales, y de enfoque interdisciplinario, más interesantes que se están desarrollando. El proyecto creado en 2017 propone revalorizar la verdad en las noticias a través de estándares de transparencia que ayuden a las audiencias a evaluar fácilmente la calidad y la credibilidad del periodismo. Está conformado por un consorcio de más de 125 medios de todo el mundo, académicos y personalidades vinculadas a sociedad civil que adhieren a una declaración de principios y muestra un sello de confianza (visualizado en la marca TTP) en aquellas notas trabajadas bajo los estándares propuestos por este proyecto.

Las indispensables soluciones tecnológicas

Luego de recibir permanentes críticas a nivel mundial, de asumir enormes pérdidas económicas y verse dañada su credibilidad por los episodios descritos en el affair de Cambdrige Analytica, Facebook está desarrollando diferentes tecnologías para hacer frente a estos desafíos. Días atrás anunció el Deepfake Detection Challenge (DFDC), cuyo esfuerzo en alianza con Microsoft y universidades busca neutralizar el impacto de los videos falsos modificados a través la tecnología de inteligencia artificial. Puntualmente, Facebook está trabajando para crear una biblioteca de gestos de los comúnmente llamados  “deepfakes” para que los investigadores pueden crear nuevas herramientas de detección.

Tiempo atrás Facebook también sumó una función a las publicaciones noticiosas que circulan en su plataforma, cuyo “Botón Contexto” aporta información adicional para que el usuario pueda determinar si es información confiable para compartir.

En tanto Google también ha señalado que de forma permanente ajusta los algoritmos de su buscador con el fin de filtrar de forma adecuada, y cada vez más certera, informaciones disfrazadas de noticias, mientras aumenta y prioriza en el resultado de búsqueda aquellas de contenido relevante y de fuentes confiables. Además del buscador, también se implementaron medidas en YouTube, con el objetivo de visibilizar los videos de fuentes de calidad.

A sabiendas de que en países como Brasil el contenido falso circuló durante la última campaña electoral de manera fluida a través de WhatsApp, a partir de enero de 2019 la plataforma limitó el reenvío de mensajes a sólo cinco por usuario para combatir la proliferación de noticias falsas.

La educación un recurso inagotable y permanente

Desde el enfoque de la educación, se está trabajando en diferentes proyectos y con diversos aliados. En América Latina, las plataformas tecnológicas más importantes, como Google, Facebook, Twitter aportan recursos económicos, tecnológicos y de especialistas para capacitar a diferentes actores sociales impactados por este fenómeno: periodistas, educadores, funcionarios de gobiernos, entre otros. Estas empresas son las que más atención destinan a demostrar que están preocupadas por el impacto de la desinformación y suman esfuerzos para desarrollar entrenamientos sobre chequeo de información, entre otras cosas.

Pero el factor de educación es un aspecto donde el rol de los Estados es fundamental en este escenario de auge desinformativo. En Brasil desde hace seis años en las escuelas públicas se enseña “educación mediática” como una materia más, además de las clásicas historia o matemáticas, que busca enseñar a los alumnos a diferenciar las noticias falsas y a no compartir aquellos contenidos de los que no se conoce su origen.

Pese a que se cree que los jóvenes son los más expuestos a contenido falso por el gran tiempo que permanecen conectados, no son los únicos que deberían recibir capacitación. También los adultos mayores, como señala el periodista francés Robin Andraca, quien asegura por su experiencia desarrollada en la iniciativa CheckNews del diario Libération, que “el problema no está en los millennials, está en sus padres y tus abuelos, que confían a ciegas en toda la información que se difunde disfrazada de noticia.”  

El camino de la educación en diferentes niveles y a todos los grupos etarios es un proceso lento pero de características transformadoras en el largo plazo, especialmente cuando se espera que el fenómeno de la desinformación no cese, sino que mute a nuevos formatos y plataformas. Sería de esperar que este tipo de experiencias, como las que también se llevan a cabo en Europa, se repliquen en todo el ámbito educativo latinoamericano.

Respecto al accionar del Estado, hay quienes esperan que las soluciones para luchar contra la desinformación se aborden desde la perspectiva de la regulación. Sin embargo, la experiencia señala que la intención de regular, con el afán de combatir las noticias falsas, puede generar más riesgos que soluciones y puede atentar contra la libertad de expresión. En este sentido, esta opción siempre parece entrar en conflicto con el Artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que establece: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”. El informe Desinformación en Internet en contextos electorales de América Latina y el Caribe, mencionado anteriormente da cuenta que las diferentes propuestas legislativas a nivel regional terminan siendo propuestas simplistas y restrictivas del derecho a informar e informarse que no aportan soluciones significativas.

Es posible comprobar que la experiencia y el compromiso multisectorial es imprescindible en el proceso de lucha contra la desinformación. Hay responsabilidades en diferentes actores sociales como son el periodismo y los medios, la sociedad civil, la academia y los investigadores, como así también en las plataformas digitales, los Estados y gobiernos. Y está claro que las soluciones pueden abordarse desde diversos enfoques, ya sean desde el desarrollo tecnológico, la investigación, con procesos informativos como la verificación de noticias; pero muy especialmente desde la educación, mediante la alfabetización digital y la enseñanza del análisis crítico. En este contexto también es cuando se debe revalorizar el periodismo profesional y de calidad, como así también es necesario el reclamo permanente hacia las plataformas digitales para que transparenten sus algoritmos de visualización y priorización de los contenidos ya que los procesos de desarrollo de noticias falsas se van sofisticando y mutando a partir de la llegada de nuevas plataformas y de los cambios de hábito de los usuarios.

El informe de OSI Sofía sobre desinformación también dice que debemos priorizar la educación en alfabetización mediática sobre la regulación, pero advierte que «no es una bala de plata».

Otro artículo de la serie: Guerras de desinformación: de lo estúpido a lo maligno (Cathal Sheerin analiza los efectos de la desinformación en Europa, particularmente en Macedonia y en Ucrania, y también la nocivo permanencia de la información errada)

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